Wednesday, July 19, 2006

Reflexionando...

He estado muy al pendiente de el Proceso Electoral, que se llevo en México, aunque vivo ahora en Estados Unidos, envié mis documentos, me enviaron mi boleta y voté.

Estuve al pendiente de el PREP y del reconteo de actas, la noche que México no durmió, yo tampoco lo hice. Inclusive con hojita de excel en mano, esperando el cruce de la estadística.

Todo ha sido muy difícil, estamos en un escenario complicado. Pero hoy estuve pensando, después de leer un articulo donde apuntan .."Un día, vi tantas veces escrito ocacion, que me hizo dudar, y buscarlo en el diccionario, aunque yo sabia que se escribía ocasión"

Me esta sucediendo algo similar...

Me pongo a pensar, porque veo "tan mal" al Sr. López Obrador, porque será que no me entra, que se me hace "ilógico" "incoherente" y un largo etcetera.

Y porque las personas que siguen al Sr. López Obrador, lo ven como la opción correcta.
A que se debe esto? Y me pregunto, que podría yo concederle al Sr. López Obrador, como podría negociar con el y cambiar mi forma de pensar respecto a el.
Como se puede conciliar, o cambiar mi "lógica" por la de los PRDistas.

No me baso únicamente, por lo que veo en la tv, leo los diarios, intercambio ideas con compañeros, me se casi de memoria los 50 compromisos para recuperar el orgullo nacional del SrLopez. Obrador, y sigo preguntándome porque no me convencen, como a los que lo siguen

Por que sigo pensando que también solo son promesas.
En que se basan los que lo siguen, EN QUE SI CUMPLIRA. Únicamente en su palabra? Si es así, su palabra no ha sido la mas honesta, desde "Denme por muerto para las elecciones" en adelante.

No se, pero me esta pasando, el dudar, si realmente "ocacion esta mal escrito" Aunque yo vote por Felipe Calderón, y estuve frente a la computadoras como muchos mexicanos, ese domingo y luego el miércoles en el reconteo de las actas, hasta altas horas de la noche, siempre pensé, que eso no seria definitivo, Y estoy esperando la decisión del TRIFE.

De cualquier manera, de algo si estoy muy segura. Nadie debe estar encima de la Ley, y debemos apegarnos a ella, pesele a quien le pese. Si Felipe Calderón no es finalmente ratificado, esta bien para mi. Yo no quisiera un presidente que fue nombrado en base a trampas y argucias.

Por otro lado me preocupa mucho que el Sr. López Obrador, solo llame "el pueblo" a sus seguidores. Y los demas? No somos parte del pueblo? los que votamos por Calderón no contamos para el?

Ojala que este difícil proceso electoral, termine de la mejor manera. Y tengamos un mejor gobierno los próximo 6 años.

Yo espero encontrar esa lógica de los que piensan diferente a mi, y encontrar algún punto de afinidad.

Y terminar con esa polaridad que existe, que a nadie le beneficia.
Mexico debe ser UNO y UNO para todos.
Somos todos Mexicanos.

México, Quien te quiere en realidad?

Friday, July 07, 2006

Debemos Aprender de la Historia, o Estamos condenados a repetirla.

Los viejos nos enseñan que debemos aprender de la historia si no queremos repetirla, este es un articulo que me encontre y que me parece muy interesante. En estos tiempos electorales, tan dificiles.

IMAGINANDO LO PEOR

Faltan tres días para que se acabe este “suplicio” de las elecciones elecciones presidenciales y continuando con el tradicional Spam, que tanto perturba las intachables conciencias de algunos amables comentaristas frecuentes, les comparto una historia que circula desde hace meses. Yo la vi por primera vez en el blog de Eduardo Ruiz Healy, comentarista de RadioFormula.

“Invito al lector a que haga conmigo un ejercicio de imaginación. Para ello, le pido que me siga paso a paso y que me permita llevarlo en un viaje por el tiempo: Imaginemos que estamos en el momento preciso de la elección presidencial, es más, ubiquémonos en el día previo al que democráticamente, la nación manifestará su voluntad para decidir quien será el presidente de la República. Todo el país está a la expectativa, pues la campaña electoral ha sido no solo efervescente sino hasta angustiante, con no pocos roces y golpes bajos, difamaciones y calumnias entre los contendientes, empeñados todos en conquistar el favor del electorado. Tres han sido los candidatos que han competido en esta elección. Para identificarlos, asignémosle a cada uno de ellos una letra. Tendremos así al candidato A, al candidato B y al candidato C.

Digamos ahora que el candidato A es el favorito del presidente de la República en turno; descaradamente, el jefe del ejecutivo ha hecho campaña a favor del candidato A, que es su candidato y el del partido en el poder. Pero no solo eso: se sabe que el candidato A, aprovechando su posición relevante como secretario de estado, ha creado redes de partidarios por toda la nación, financiadas, se dice, con el erario público. ¿Quién es el candidato A? La verdad que es un advenedizo, con pocos años de experiencia política. Ya participó en una elección pero fue derrotado. Sin embargo, al perder, salió ganando porque fue invitado al gabinete presidencial desde donde preparó por largo tiempo su candidatura. El candidato A es de buena y aristocrática familia, su apellido es de abolengo y sus finas maneras y educados modales llaman la atención. El presidente en turno, literalmente, lo adora, y como él no ha podido con el paquete de hacer avanzar al país en esta primera oportunidad de un gobierno democráticamente electo, está seguro que el candidato A si podrá hacerlo, máxime que se trata de un hombre distinguido y con buenas relaciones.

Veamos ahora al candidato B. Él es en realidad, un emisario del pasado, representante del régimen aplastado por la voluntad nacional. No oculta su predilección, públicamente reconocida, por las virtudes y bondades que tenía el antiguo orden de cosas. Es más, pregona que solo hombres como él tienen la capacidad y la experiencia de gobernar a este país que necesita de la tutela de gobiernos un tanto autoritarios. Personalmente no vale gran cosa, pero tiene la ventaja de que los hombres que en el pasado gobernaron ya no son nada en el horizonte político mexicano, cartuchos quemados diría en su lenguaje peculiar. El candidato B está orgulloso de su militancia tricolor, seguro de que la enseña patria pertenece por derecho a él y a los que forman su partido, en el que, aunque las disputas internas lo corroen, lograron ponerse de acuerdo para postularlo a la elección presidencial, con la creencia de que el prestigio que les da el llamarse defensores de la independencia y de la soberanía, les atraerá el número de votos suficientes para recuperar el poder y volver triunfantes al palacio para retornar a los modos y costumbres políticas de antaño. El candidato B abomina del presidente en turno, del candidato A y del partido que lo apoya, porque cree que son arribistas que por casualidad se adueñaron de la presidencia de la República, por lo que debe arrojarlos de ella y reconquistarla para quienes se sienten los verdaderos representantes de la nación mexicana.

Pero el candidato A y el candidato B tienen algo en común y no solo el hecho de que sus dos respectivos partidos se han entendido más o menos bien en algunos temas de interés nacional: deben vencer al candidato C y a su partido. El candidato C es un hombre con pocas luces, con gran dificultad para hablar, con ideas francamente peligrosas, calificadas de populistas. Dicen sus partidarios que es el ídolo del pueblo, que lo aplaude y lo sigue porque es parte de ellos, porque habla como ellos, porque piensa por ellos, porque sus propias limitaciones lo hacen sentirlo como si fuera de ellos. El candidato C no oculta sus deseos de ser presidente. En un hombre ambicioso que se ha rodeado de las más despreciables figuras políticas, cuyas ideologías son abiertamente contrarias al interés de una nación que acaba de obtener sus derechos y que está aprendiendo a ejercerlos. Los hombres del candidato C tienen además fama de corruptos, de ineptos y de aborrecer a las clases sociales acomodadas.

El candidato C amenazó con el estallido social si se le obstruía el acceso a su candidatura presidencial, por lo que, a pesar de que podrían haberlo metido a la cárcel, lo dejaron libre, con la intención de derrotarlo en las urnas. Por su parte, los hombres de su partido, formado esencialmente por tránsfugas de los otros partidos y por viejos luchadores de causas populares, no aceptan transacción alguna: quieren el poder absoluto para imponer sus ideas y para transformar al país conforme al modelo que imperativamente, aseguran, es el que desea la mayor parte de la población, aquella parte formada por los pobres y los desposeídos.

Imagine ahora conmigo el amable lector, que llegamos al día de la elección y que al filo de la media noche se dan a conocer los resultados. ¿Quién ganó en este escenario imaginario? Nada más y nada menos que el candidato A, quien obtuvo el 45% de los votos. En segundo lugar quedó el candidato C, con el 35% de los sufragios y por último, el candidato B solo alcanzó el 15%. En el conteo final, un 5% de votos fue anulado. Los resultados son inobjetables y la elección se desarrolló limpiamente. Sería de suponerse entonces, que los candidatos derrotados aceptarían los resultados electorales y que reconocerían de inmediato el triunfo del candidato A. Pero no, y antes al contrario, demostrándonos que este país no ha madurado políticamente y que todavía dependemos de los caprichos de los caudillos.

Sigamos con el ejercicio imaginario para ver lo que sucedió después: El candidato B, deprimido, desaparece por completo y sus voceros dicen que no se reconocerá el triunfo del candidato A porque su partido se niega a aceptar la derrota hasta que se hayan resuelto todas las impugnaciones, como si todavía alentaran esperanzas después de la paliza que les dieron en las urnas. En cambio, el candidato C se comporta de manera diferente: de inmediato acusa al candidato A y a su partido de haber hecho fraude electoral y conmina y arenga a sus seguidores a lanzarse a la resistencia civil y luego a la acción directa para impedir que el candidato A se convierta en presidente.

Entonces, los partidarios del candidato C se lanzan en efecto a las calles y plazas de las ciudades. Literalmente lo invaden todo ante el estupor de los demás ciudadanos que han sufragado libremente y miran como la autoridad es incapaz de contener la marea humana de la plebe que lo arroya todo a su paso. El candidato C está orgulloso de sus huestes y las exhorta a posesionarse de la capital y a presionar al gobierno, a las autoridades electorales, a las judiciales y al congreso. La plebe se enardece y decide asaltar las tiendas, los centros comerciales, las casas habitación de las familias acomodadas. Para colmo, la fuerza pública, obedeciendo a los amigos del candidato C, se pone del lado de los amotinados y contribuye a la violencia y a los saqueos. El gobierno cede ante la fuerza de los hechos. El candidato A renuncia públicamente a su triunfo, pero el congreso, más asustado aún, declara que su elección fue nula y que el verdadero vencedor de la contienda lo es el candidato C, a quien le entrega la constancia que lo acredita como el próximo presidente de la República.

Terminemos con ya con este dantesco ejercicio imaginario. Sepa el lector que estamos hablando del año de 1828 y no del 2006. Le daré algunas claves más: el candidato A es el general Manuel Gómez Pedraza, ministro en el gabinete del presidente Guadalupe Victoria. El candidato B es el general Anastasio Bustamante, antiguo trigarante y continuador de la obra de Iturbide. El candidato C es el general Vicente Guerrero, predilecto de las clases populares y quien se empeñaba en implantar en México las ideas masónicas norteamericanas. La historia narrada es absolutamente cierta: se le conoce como el “motín de la Acordada”. Esta fue la manera, ilegal e ilegítima, como Guerrero llegó a la presidencia de la República.

Y luego dicen que la historia no puede repetirse” .

Por José Manuel Villalpando
Abogado e historiador